Campos de aplicación del derecho ambiental Primera Parte: Determinacion I. Introducción 1. Propósitos de este trabajo. Para regular adecuadamente la "protección, conservación y mejoramiento de los recursos naturales y del medio" (ambiente), mediante las "leyes especiales" que ordena el Art. 117 de la Constitución, es necesario comenzar por delimitar los campos de la realidad sobre los cuales deben recaer dichas normas. Luego se podrá determinar cuán completas y adecuadas son las hoy vigentes, así como cuáles hacen falta. El presente trabajo es una primera aproximación para lograr la necesaria sistematización en tal sentido. Se divide en dos partes, aspectos o momentos de una misma realidad. La primera enfoca los que podríamos llamar, y suelen denominarse, bienes ambientales; pero esa expresión tiende a dar la idea de cosas en alguna manera asibles y sujetas al comercio, a la apropiación de los particulares, lo cual no corresponde con la noción a la que se intenta llegar; por eso se prefiere llamarlos "valores ambientales", incluso porque vistos en abstracto, sin relación con un país determinado, son metas, fines cuya plena realización a menudo se queda como una esperanza, un ideal a perseguir; un valor, en otras palabras. Al hablar de valores, los factores de degradación ambiental son, lógicamente, anti-valores. Éstos que se estudiarán en la segunda parte, son los que despiertan la preocupación y, consiguiente regulación, del Derecho. Su aparecimiento es lo que hace necesarias las normas jurídicas ambientales. Se comienza por distinguir los "objetos de la naturaleza" de los "objetos de la vida humana". En el segundo de los nombres, se halla la explicación de ambos. Efectivamente, se usa la palabra "objeto" en el sentido de algo creado. Los primeros son producidos por la naturaleza. Los segundos son creados por el ser humano, son la "vida humana objetivada", los objetos de la cultura; aquellas cosas que son el resultado material del quehacer civilizado del ser humano. Por supuesto no se incluyen todas, sino solamente las expuestas a ser degradadas por el ambiente en el cual se encuentran. II. OBJETOS DE LA NATURALEZA. 1. Agua Es un elemento absolutamente indispensable para la vida, la cual termina rápidamente en su ausencia. Sus efectos, sin embargo, pueden ser dañinos o beneficiosos. Puede ser dañina para el individuo en particular, cuando la absorbe o ingiere en exceso, así como para la comunidad, por ejemplo la lluvia sobreabundante que daña los cultivos, o las inundaciones. Los usos benéficos del agua podemos clasificarlos en agrícolas, municipales, de transporte, pesqueros y recreativos. En la agricultura el agua sirve para regar las plantas, dar de beber a los animales y bañar a estos últimos. Puede servir para procesar los productos agrícolas, aunque esto ya sería un uso industrial. Usos municipales son los que le da el ser humano en su vivienda, aunque ésta no se encuentre en un conglomerado, sino aislada; para limpieza personal y de las cosas; para cocinar, regar plantas e incluso en sistemas de calefacción. Industrialmente, el agua se emplea para mover maquinarias directamente, incluyendo la generación de energía eléctrica; o como vapor; para sistemas de enfriamiento; para procesos industriales; o como componente de productos finales, por ejemplo bebidas. El agua en forma de ríos, canales, lagos, esteros o mares, permite el transporte con mucha mayor facilidad que la tierra. El transporte acuático, está a la base del surgimiento o la expansión de grandes civilizaciones. La pesca ha tenido enorme importancia para el desarrollo humano, desde la rudimentaria canoa recabada de un árbol, hasta las fábricas flotantes que procesan y enlatan los animales que capturan, convirtiéndose, por cierto, en voraces depredadores de los mares, ya que su enorme costo les exige una pesca continua e intensa. La recreación acuática incluye variadísimas actividades como la simple inmersión, la natación y otros numerosos deportes en el agua, incluyendo la diversión más costosa, como es el yatching. 2. Suelo Es el asiento obligado de toda actividad humana, y lo será mientras no se creen estaciones espaciales, porque hasta las plataformas marinas, sobre todo las que sirven para la explotación del petróleo, se asientan en el suelo submarino; pero evidentemente, hay un conflicto permanente y vital entre sus diversos usos. Por un lado está el agrícola, dándole al término un sentido muy amplio, incluyendo los bosques, ya sean éstos destinados a la producción o la protección del suelo mismo, del agua o de la vida silvestre. Por el lado opuesto están la urbanización y la industria. Hay otros usos que compiten con los anteriores, pero son esporádicos o relativamente pequeños, al menos en extensión: instalaciones deportivas, presas hidroeléctricas y una variedad casi infinita de edificaciones, sobre todo recreativas. 3. Aire y atmósfera Tan indispensable como el agua, es el aire, para la vida humana. Sus empleos son realmente la respiración de los seres vivos, incluyendo plantas y animales, con todos los demás usos. De éstos, los hay no dañinos como ciertos deportes de planeación; casi no dañinos como el empleo de aire comprimido; y otros lesivos, entre los cuales algunos son de escasa utilidad y otros indispensables, como el transporte aéreo. En este último, por ejemplo, un avión a reacción consume hasta 2.000 litros de oxígeno por minuto. 4. Flora Hasta hace poco las plantas eran consideradas como elementos de utilización inmediata por los seres humanos como alimentos (para sí o los animales) como madera en sus variadísimos empleos o como leña. En tiempos relativamente recientes, el bosque o mejor dicho las concentraciones vegetales, han adquirido relevancia ya no sólo por su uso directo, sino también como protectoras de los mantos de agua, como hábitat de especies vegetales y animales, simultáneamente como lugares de esparcimiento, dando lugar a los parques nacionales, las reservas forestales y, subsecuentemente, a los temas de la biodiversidad y la preservación de los recursos fitogenéticos. 5. Fauna Algo parecido ha sucedido con los animales. Después que por siglos se veían como objeto de aprovechamiento inmediato, mediante la cría o la caza, se pasó primero a concentrarlos como objeto de curiosidad en privado o lugares públicos como los zoológicos, para llegar en los días actuales al interés por preservar las especies, si es necesario impidiendo o restringiendo su aprovechamiento. 6. Paisaje Uno de los valores ecológicos de más reciente apreciación y que frecuentemente escapa de los análisis sobre el medio ambiente, es el paisaje. Pareciera sobreentenderse que las normas sobre urbanización, construcción, y deforestación, protegen de por sí el paisaje o que, simplemente, éste no merece una tutela por separado; aparte, obviamente, que constituye un elemento integrante de los parques naturales. Sin embargo, el paisaje como tal, debe ser objeto de protección. 7. Recursos marítimos y costeros Se mencionan separados del agua, porque el mar es, sobra decirlo, una forma muy particular del recurso "agua". Sus usos presentes son, lógicamente, el transporte y la pesca, mejor dicho la captura de sus infinitas variedades de vida, que tienen utilización actual; desde las ballenas hasta las esponjas, pasando por las ostras perlíferas y los peces de todo tipo. Sin contar los usos de los que mucho se ha hablado, pero que no tienen vigencia, como el oleaje, o los cambios de temperatura, como fuentes de energía; o el cultivo de algas. A las playas y los esteros donde anidan y se reproducen, por ejemplo, tortugas, crustáceos y moluscos, que además son sede de manglares, cabe aplicar similares consideraciones. Aparte del transporte y el aprovechamiento de sus especies, el mar tiene usos deportivos y recreativos de reconocida diversidad. III. OBJETOS DE LA VIDA HUMANA 1. Patrimonio cultural. Alguien ha dicho, con razón, que los pueblos que no saben conservar su pasado, no merecen tener un futuro. Hay creaciones humanas que van trazando la historia de una sociedad. A través de ellas es posible rastrear cómo un pueblo vivía; cómo estaba organizado; incluso cómo pensaba, cuáles eran sus creencias, sus valores. Conservar tales obras sin duda es deber fundamental de una nación, hay algunas que están expuestas a la acción del medio ambiente, son fundamentalmente las arqueológicas, entendiendo por ellas pinturas rupestres, restos de ciudades, de templos, de utensilios, etc. Las arquitectónicas, es decir las construcciones, las que se conservan enteras o casi completas, sin que su antigüedad las haga parte de la arqueología; las esculturas que adornan plazas, avenidas, edificios, etc., incluyendo fuentes y otros elementos utilitario-decorativos. Podríamos agregar quizás las obras pictóricas, cuando hay murales o mosaicos también a la intemperie; pero éstas son más bien escasas. 2. Calidad de la vida Todo el quehacer humano, tendría que estar orientado a mejorar la calidad de la vida, a lograr que ésta sea más digna de ser vivida. En una concepción libertaria, individualista, cada uno debiera mejorar su propia experiencia y, al hacerlo, perfeccionar la de los demás; incluso sin proponérselo, sin quererlo. Así es en muchos casos, sobre todo en países adelantados; pero a menudo, especialmente en países atrasados, sucede lo opuesto: la gente no se ocupa de mejorar la calidad de su propia vida (cosa posible, por modesta que sea), tanto menos la de los demás, resultando una degradación general. Los valores más afectados son la salud, el ornato y la tranquilidad. El primero no necesita definirse. El segundo tampoco, pero es de recalcar que un ambiente limpio, ordenado, de casas pintadas, jardines cuidados, flores y otros ornamentos, es más grato que lo opuesto. La tranquilidad requiere sustancialmente silencio, ausencia de malos olores y de otros factores perturbadores, muchos de los cuales no tienen carácter medio ambiental como, por ejemplo, la seguridad. SEGUNDA PARTE FACTORES DE DEGRADACIÓN AMBIENTAL I. INTRODUCCIÓN La degradación ambiental es un tema de alcance y discusión universales. Eso impide por una parte; y excusa por otra, de hacer un enfoque mundial o internacional. Resulta más fácil y más útil concretarse a El Salvador, donde el tema del medio ambiente es motivo de continuas discusiones, sin que en la práctica se haga lo necesario por protegerlo. II. OBJETOS DE LA NATURALEZA 1. Agua Cuando se habla de medio ambiente, no hay elementos tan traídos y llevados como el agua y la reforestación, su corolario inmediato. Para empezar, hay una vexatio quaestio, aunque suenen pedantes las citas en latín: la unitariedad de su administración. Como es lógico, los usos del agua compiten entre sí; por la limitación cuantitativa de la misma y porque uno de ellos puede dificultar, hasta impedir, el otro. El uso industrial o agrícola puede volver el agua inutilizable para el empleo doméstico, o éste, a su vez, hacerla inservible en los dos. En consecuencia, siempre se ha pensado que debe haber una autoridad única que dirima los conflictos que surjan por los empleos excluyentes del recurso. Antes de los años cincuenta había un caos al respecto. Los municipios eran la autoridad en materia de agua, aunque los empleos para la industria y la agricultura quedaban casi al arbitrio de quienquiera, no obstante alguna legislación suelta en la materia. Con el intervencionismo de Estado, se creó un ente regulador y administrador, la Administración Nacional de Acueductos y Alcantarillados, ANDA, que no obstante sus defectos y errores, introdujo orden, disciplina y, sobre todo, llevó agua y saneamiento a sectores sociales o geográficos que bajo el antiguo sistema no los habrían jamás obtenido. En los presentes momentos se está dando marcha atrás, entregándoles a los municipios la administración del agua. Esto tiene el riesgo de que se caiga en la ineficiencia; pero lo más grave sería que surgiesen litigios entre los municipios por las fuentes de agua; así como que surgiesen males de alcance nacional o general, la solución de los cuales podría no estar claro a quién le corresponde. En los años del intervencionismo de Estado, se dieron también leyes para regular el uso agrícola del agua, las cuales realmente han sido poco eficaces. La urbanización caótica es otro poderoso factor de degradación o, simplemente, desaparición del recurso agua. La ubicación inadecuada de establecimientos industriales, también. Se necesitaría un mecanismo que regule y armonice los distintos usos del agua, estrechamente vinculado con la forestación y la urbanización. Un papel muy importante, señaladamente en la solución de conflictos, podrían desempeñar los tribunales agrarios previstos en la Constitución, que juzgarían en materia agraria y ambiental. La Corte Suprema de Justicia desde hace años viene apartando una partida presupuestaria para ellos, la cual siempre termina destinándose a otras necesidades. La creación de esos juzgados y cámaras, sin embargo, debiera ser cuidadosamente estudiada y ejecutada, para no desajustarse de la realidad nacional de nuestros días. En este campo, un aspecto preocupante y muy difícil es el control que intentan ejercer las autoridades de salud, contra el agua como criadero de mosquitos. Se insiste en la publicidad, a veces martillante, y en las visitas de los inspectores, de que no haya en las casas floreros, llantas viejas o pilas con agua estancada, debiendo estas últimas lavarse cada tres días, según los funcionarios. Es casi irónico hablar de floreros a la gente pobre; las llantas existen, pero son pocas y no dependen del cuido de los dueños de casa. Lavar cada tres días las pilas donde el agua llega una hora diaria o no llega por varios días, parece pedir demasiado. Lo que hay en algunos barrios populares son charcos enormes de aguas lluvias o servidas, alcantarillas a cielo abierto; sobre los cuales poco pueden hacer la publicidad o los agentes sanitarios. Durante muchos años se discutió el proyecto de Ley del Medio Ambiente, la cual finalmente se emitió, pero su efectividad es discutible, por su falta de verdadero contenido jurídico. Ciertamente, el desafío más fuerte para la normatividad ambiental, es la de compatibilizar nuestro régimen de libre empresa con la urgente protección de los recursos naturales y el medio ambiente. 2. Suelo Si con relación al agua la legislación ha sido escasa y poco aplicada, con referencia al suelo prácticamente no existe y no se aplica ninguna regulación. El problema es dramático desde hace mucho tiempo. Los cálculos más conservadores que se puedan hacer sobre la pérdida de tierra fértil, son aterradores; pero no hay ninguna obligación legal de proteger el suelo de la erosión. En una época algunos agricultores progresistas empezaron a construir bordas a curvas de nivel, por cuenta propia o al amparo de programas fuertemente inductivos del Estado. En la actualidad hay atisbos de intentos en sentidos parecidos; pero en toda nuestra historia, la falta de protección del suelo ha sido práctica constante y ruinosa, salvo, obviamente, en aquellos cultivos que por sí solos lo protegen como el café; en cierto modo, la caña de azúcar y, por supuesto, los frutales y las especies maderables. La coyuntura actual, extremadamente desfavorable para el café y sin esperanzas realistas de recuperación, ha hecho volver los ojos a estos últimos. Un buen sistema de estímulos a la fruticultura y la silvicultura, podría cambiar radicalmente el panorama sombrío planteado por la caficultura. Lo dicho anteriormente se aplica sobre todo a la erosión por lixiviación. En materia de erosión eólica, a diferencia de la hídrica, no disponemos de estimados sobre los daños que produce, ni sobre trabajos para impedirla, salvo los que están a la vista en cafetales muy bien manejados, por ejemplo en la zona de Los Naranjos, que son precisamente, protección contra el viento, no contra la erosión, y que son labores que la baja rentabilidad del grano hará incosteables. Esto es un tema de actualidad y atención en aquellas zonas del mundo como África, donde el desierto de arena avanza a medida que la vegetación retrocede. En nuestro país la desertificación no se manifiesta en dunas. Quizás por eso el tema no impacta a primera vista y no recibe la atención que exige. Otra amenaza contra el suelo es el empleo de insumos agrícolas, que lo pone en riesgo al igual que al agua, más que nada a esta última. De nuevo, la legislación protectora del recurso suelo debiera ser clara y las instituciones que la aplicaran, eficientes. Alguien ha sugerido, que en un país donde la mano de obra es barata; la necesidad de empleo en el campo, enorme; y la disminución del suelo fértil, abrumadora, debieran prohibirse sin más ni más los herbicidas o desalentarse drásticamente su empleo. Si bien ahorran costos al agricultor individual, el precio que paga el país es oneroso, en términos de suelo y agua echados a perder. La utilización de fertilizantes o venenos contra plagas y enfermedades es otra cosa. Aquí el empleo, incluso masivo, aunque es dañino, a menudo no deja alternativa. Los métodos de fertilización natural y el control biológico de plagas, están a nivel incipiente; aunque en algunos casos se han hecho avances significativos, como en el combate de la broca del café, cuyo método, sin embargo, necesita grandes esfuerzos para generalizarse. Otro expediente, no resolutivo pero sí atenuante, es el empleo de plaguicidas sistémicos, que dañan muy poco el suelo y mucho menos el agua que los que se aplican por aspersión. Una buena legislación y una adecuada política de asistencia técnica, serían de gran ayuda en estos casos. Aparte estos factores contaminantes del suelo, que al menos tienen una contrapartida positiva en la producción, hay otros casos donde la sociedad no recibe nada a cambio. Es la disposición de desechos sólidos. No necesariamente el problema de la basura de los centros poblados, sino el de quienes se deshacen de residuos que ya no necesita. Las orillas de las carreteras del país, por ejemplo, son inmensos basureros, sobre todo de plástico. A la entrada de numerosas poblaciones, también hay cúmulos de los mismos detritos. Muchas playas, centros turísticos y hasta parques o campos deportivos, corren igual suerte. Las causas son dos. Por una parte, la mala educación, los malos hábitos. Por otra, la más importante, la falta de previsión por quienes debieran tomar medidas al respecto. En cada bus, por ejemplo, debiera ser obligatorio un recipiente para que los viajeros depositen su basura. Cada cierta distancia, podrían existir grandes recipientes donde los vehículos depositarían las bolsas cuando se les llenen. Así podría tal vez hacerse realidad una de las tantas disposiciones bien intencionadas, pero inaplicadas, que tiene el Reglamento General de Tránsito, prohibiendo que de los vehículos se lance basura a la calle. En los desvíos o puntos donde se acumulan las vendedoras que ofrecen golosinas a los buses, en los balnearios, los parques, los centros turísticos y otros, que hoy son acumuladores de bolsas plásticas, envases y otros desperdicios, debiera haber recipientes abundantes al cuidado de… ¿al cuidado de quién? Ese es el problema. Nadie se hace cargo, nadie tiene fondos, nadie tiene la verdadera voluntad, y el país se inunda cada vez más de residuos que contaminan el poco suelo que nos queda. A las empresas que importan o fabrican plástico y recipientes que ensucian el ambiente, sobre todo los de difícil disposición como los contenedores de agua o productos venenosos, debiera estimulárseles a reciclarlos o establecerse una sobretasa a los mismos, que permita financiar su recogida y eliminación. Aparte el plástico, existen empresas que están inundando el suelo patrio de basura. Las hay de muchos tipos, pero se destacan las que importan llantas usadas, vehículos y remolques en pésimo estado. Al poco tiempo quedan inutilizables y pasan a aumentar la enorme cantidad de basura con la cual ya no sabemos qué hacer. Con la agravante de que las llantas viejas y los vehículos que en los países de origen son chatarra, cuya circulación está totalmente prohibida, vienen a El Salvador a causar terribles accidentes con saldos pavorosos de muertos, heridos y daños materiales. 3. Aire y atmósfera La atmósfera y el aire los ensucian algunos productos de la naturaleza como polvo o cenizas, así sea exacerbada su producción por acciones humanas. Sobre todo las enturbian las emanaciones industriales, las emanaciones domésticas, la calefacción y los automotores. Las industriales en El Salvador son escasas, si se compara con la de países con más fábricas y mayores concentraciones urbanas. Las domésticas son muy abundantes por la leña que se quema en alrededor de un 90% de los hogares salvadoreños. La tercera no existe en el país. Pero curiosa y paradójicamente, la última produce entre nosotros más daño que las demás juntas en otros lugares. En ningún país del cual tengamos noticia, los automotores despiden tanto humo como en El Salvador; no todos, obviamente, pero muchos, sí. Hay un razonamiento sencillo que los ciudadanos comunes y corrientes nos hacemos. Si la mayor parte de los vehículos de todo tipo: camiones, pick-ups, autobuses, automóviles de pasajeros, no echan humo excesivo, quiere decir que los automotores que lo expelen sobremanera, podrían impedirlo. Los técnicos en la materia, son contestes en afirmar que con una reparación, fácil o costosa que sea, pero factible, el problema desaparece. Entonces viene la pregunta: ¿Es admisible que el dueño de un automotor dañe la salud de los habitantes por no repararlo? La respuesta es un categórico no. Ningún pretexto resulta válido para que así sea. Si el precio es muy alto y no puede sufragarlo, pues que no utilice su vehículo. Si éste es su medio de trabajo, que busque otro empleo. Hace años se publicó que un motociclista atravesando de noche un boulevard de París, podía despertar a 300,000 personas. Un autobús, un pequeño pick-up, un automóvil cualquiera que ennegrece de humo por donde va y atraviesa San Salvador ¿cuántos habitantes enferma? ¿20 mil? ¿50 mil? ¿100 mil? No se sabe, pero el aumento de enfermedades respiratorias es en extremo alarmante especialmente en los niños en la zona metropolitana sobre todo. ¿A cuántas personas tiene derecho a enfermar un conductor? A ni una sola, cualquiera que sea el pretexto que alegue. La solución tendría que haber sido cortante, profunda e inmediata hace mucho tiempo: todo vehículo que emita demasiado humo debe ser retirado inmediatamente de la circulación y permitírsela de nuevo sólo cuando haya recibido las reparaciones necesarias. 4. Flora Nuestros indígenas practicaron una agricultura migratoria. Abrían una zona al cultivo y cuando disminuía su productividad, abrían otra; no hay hasta donde se sepa, indicios de que practicasen algún tipo de trabajo conservacionista como, por ejemplo, las terrazas de piedra de muchos pueblos europeos medievales o, sin ir muy lejos, de los incas. Tampoco hay alguna noción de que fuesen silvicultores, reforestadores, para usar términos modernos; pero siendo la población muy poca y la naturaleza feraz, no se crearon graves daños ecológicos, aunque una de las tantas explicaciones por las cuales los mayas desaparecieron abruptamente, afirma que se debió a un desastre ecológico. Además la literatura y las tradiciones indígenas, atestiguan una simbiosis humano-mágico-religiosa entre la población y la naturaleza, la cual era objeto de todo tipo de adoración y respeto. Los españoles trajeron una cultura agrícola depredadora. No practicaban en absoluto la protección del suelo, de la flora o de la fauna. La conquista de América llevó a la península una abundancia de oro y otras riquezas tan fáciles, que la agricultura fue menospreciada, descuidada, hecha una actividad extractiva más que reproductiva. Lo mismo ocurrió en este lado del Océano. En nuestro país la tierra y la vegetación, sobre todo los árboles, fueron utilizados como recursos gratuitos e inextinguibles; pero en España, que había llegado a ser casi un desierto, se hicieron obras grandiosas de reforestación, restauración de suelos, de recomposición parcelaria, y de modernización en todos los campos del sector agropecuario. En cambio en El Salvador la cultura depredadora sigue casi intacta. Quizás esta última afirmación sea demasiado generalizada. Avances ha habido siempre; mejor dicho, intentos bien intencionados de revertir la tendencia destructiva han existido en todo tiempo. En estos días se ha logrado una cosa de enorme valor: el despertar de una conciencia ecológica en ciertos sectores de la ciudadanía. Ejemplos recientes son las denuncias que algunas comunidades han hecho de talas de árboles con evidente daño ecológico. Importantes empresas, incluso no vinculadas con la ecología, han emprendido voluntariamente programas conservacionistas. El grupo Poma mantuvo por un tiempo la iniciativa de sembrar 10 árboles por cada uno que derribara. Cemento CESSA sembró árboles en la autopista hacia el Aeropuerto, en colaboración con soldados de la Fuerza Armada; aunque la obra es más bien ornamental, pues no incide en la reforestación protectora de suelos o agua, en verdad es meritoria, porque un árbol es siempre un árbol y, además, es un buen ejemplo. Otro es el plan de los Almacenes Freund, de ayudar a Fundailopango, una fundación creada dentro del marco del programa FORTAS de FUSADES, que se propone rescatar el lago más grande y bello de El Salvador del ataque brutal, a fondo y en todos los frentes, que le han entablado los degradadores del ambiente. Otra iniciativa quizás más efectiva, a nivel del estímulo que puede dar a la protección de los recursos naturales, es el Gran Premio del Medio Ambiente que anualmente otorga La Constancia. Las empresas mencionadas y otras de igual o similar magnitud y sensibilidad social, podrían trabajar en modo muy significativo por el medio ambiente, con enormes beneficios económicos para el país y ellas mismas. Supongamos que una adquiera, por ejemplo, 500 manzanas deforestadas, incultas, las cuales en una hipótesis alta podría comprar, digamos, a ¢3,000.00 cada manzana (casi lo que se paga por una vara cuadrada en áreas urbanas para construir establecimientos comerciales), lo cual significa un millón y medio de colones. Aunque parezca mentira, no existen en El Salvador cálculos de inversión y retorno para proyectos de silvicultura, salvo algunos estudios esporádicos e incompletos. Sin embargo, cálculos elementales aunque realistas, hechos para este documento, teniendo en cuenta proyectos forestales presentados al Banco de Fomento Agropecuario, se puede estimar para el primer año un costo de ¢2,000.00 por manzana; para el segundo año, de ¢1,300.00 y para los sucesivos una cifra similar. A precios constantes, la inversión en 20 años sería aproximadamente de ¢40,000.00 por manzana de capital e intereses. Con una producción en ese plazo de 100 árboles por manzana, valorables, siempre a precios constantes, en ¢5,000.00 cada uno, significa un ingreso de ¢500,000.00 por manzana. En 500, habría un recabado de 250 millones, con una inversión de 20 millones. Toda empresa de gran magnitud, especialmente las que con su actividad gravan el ambiente (constructoras; vendedoras o fabricantes de productos en envases desechables; fabricantes o distribuidoras de agroquímicos, fabricantes de plástico, petroleras y otras tantas), podrían crear una división de silvicultura e invertir, con la seguridad de obtener grandes ganancias, así sea a largo plazo, en realidad igual, o poco mayor, que el plazo que necesita una urbanización o una lotificación para recuperar la inversión y realizar plenamente sus utilidades. Si esas empresas no quisieran actuar solas, por ejemplo para no comprar y tomar a su cargo propiedades agroforestales, podrían asociarse con los dueños de las tierras; contratar alguna especie de "leasing" o hacer "joint ventures" con municipios o instituciones del Estado. Esas iniciativas, se repite, serían de enorme beneficio para todos. A propósito de soluciones, no es posible dejar de traer a cuento un nuevo sistema de urbanizaciones que se autodenominan "ecológicas". En un terreno cubierto de árboles, se hace una lotificación botando, naturalmente, la mayor parte de la vegetación. Lo novedoso, es que los lotes tienen un tamaño que permite al dueño construir una casa, dejando buena parte del terreno sin cubrirlo de cemento. Otra novedad es que se deja una amplia área verde común y las calles son adoquinadas, para dejar intersticios donde pueda colarse el agua. Así se están lotificando parajes bellísimos como las faldas del Volcán de San Salvador y Santa Ana o en la Sierra de Apaneca, que quizás hubiera sido mejor dejar como áreas puramente boscosas, aunque ésta es una hipótesis romántica, no real. La urbanización de zonas boscosas, vale decir cubiertas de cafetales, que son los pocos bosques que nos quedan, cuya pérdida sobrepasa abundantemente las 5.000 Has. en los últimos años, debiera limitarse estrictamente y permitirse sólo cuando exista un mecanismo de compensación por la vegetación perdida. Ciertamente existen las necesidades de crecimiento de las poblaciones, pero las relativamente pocas ciudades que están rodeadas de cafetales, siempre encontrarían terrenos deforestados, cercanos donde construir barrios o pequeñas ciudades satélites. Hay quienes creen que la salvación de los cafetales puede hacerse por medios educativos. Por ejemplo, Pro-Café imprimió cien mil pósters en los cuales con un estilo naif se figuraba al cafetal como centro de vida. Los pósters se distribuyeron en las escuelas, para que entre los niños se fuese formando una conciencia a favor de la conservación de los cafetales. Acciones de ese tipo son positivas, pero su incidencia, difícil de medir, no puede ser sino limitada. 5. Fauna De todos los recursos naturales depredados en El Salvador, la fauna es el que causa más pena, en el sentido correcto del técnico, es decir el que provoca más dolor, porque si el agua y el suelo son esenciales para la vida, si las plantas son seres vivientes, los animales tienen iguales caracteres, pero además sufren. También son los que despiertan más simpatía; a menudo, un profundo afecto. En El Salvador han sido víctimas de un exterminio despiadado, sobre el cual no es posible detenerse por la imposibilidad de alargar mucho más este trabajo. La captura de los que se consideran silvestres, ha sido siempre voraz e ilimitada. Sólo en cuanto a los peces, se vienen desarrollando esfuerzos por criarlos y reproducirlos desde hace bastante tiempo. Recientemente se hacen intentos con respecto a otras especies, como las tortugas y han surgido criaderos con fines comerciales, para el caso, de iguanas; pero el exterminio es siempre superior a la capacidad de recuperación, de suerte que la extinción de casi todas las especies, es una posibilidad muy próxima. Aún tratando de abreviar, hay dos aspectos que se deben recordar. El primero, es que durante el conflicto armado, muchos especies silvestres se reprodujeron en grado tal que llegaron a ser abundantes. Por decir algo, los venados, diversas aves, los cusucos, los conejos, formaron una notable población; pero apenas concluida la guerra contra los humanos, se reinició la guerra que siempre ha habido contra los animales. Los venados quizás sufrieron el peor de los embates. De verlos, durante el conflicto, al improviso cruzar veloces una carretera, se ha vuelto rápidamente a su casi inexistencia de antes. La otra cosa que conviene observar, es la poca iniciativa y creatividad de los salvadoreños al respecto. En las carreteras, vemos campesinos vendiendo colgados de la cola a iguanas y cusucos. En las ciudades, hay en venta por las calles pericos y otros animales. Cabe la certeza de que a ninguno de esos vendedores, se le ha ocurrido jamás intentar una crianza de tales animales; el espíritu extractivo de la Colonia, permea hasta muy profundamente nuestra idiosincrasia, sin que tampoco a ningún gobierno se le haya ocurrido adiestrar a los campesinos en la cría de esas especies. 6. Paisaje Si todos los recursos que proporcionan una utilidad inmediata y tangible han sido descuidados, hasta el grado de parecer a veces objeto de una deliberada destrucción, el paisaje del que nadie vive directamente, con mayor razón ha sido víctima del desprecio. De nuevo la necesidad de no híper extender este escrito, impide muchas consideraciones. Sólo se hace referencia a unas pocas, sobrecogedoras. La Sierra del Bálsamo, por ejemplo, dibujaba sobre el azul del cielo una sinuosa línea, de un verde profundo y rico, fondo de una ciudad, en una época tranquila y señorial, Santa Tecla. Hoy va exhibiendo cada vez más cicatrices de construcciones. Independientemente de su legalidad y sus riesgos geológicos, que no se desea poner en discusión, contaminan seriamente el paisaje. Similar impresión causa la cercana planicie de San Andrés, seguramente la más hermosa y pintoresca del país, junto con el Valle del Jiboa. Ahora la van cubriendo a pasos agigantados fábricas, concentraciones de chatarra y urbanizaciones. Una lotificación industrial anuncia la venta de terrenos para fábricas de maquila seca; eso evidencia una buena intención; no se quieren perjudicar los valiosos y famosos mantos freáticos de la zona, pero no se sabe cómo se evitará que los compradores de los lotes no construyan fábricas que consuman agua ni perforen pozos clandestinos, así como que boten toneladas tras toneladas de desechos, en la otrora fértil y bellísima llanura. De nuevo, aquí no se discuten aspectos de interés o falta de interés económico, sino los daños al paisaje. En un tiempo se llamaba a El Salvador "país de lagos y montañas". El nombre seguirá siendo correcto; pero los lagos serán siempre más pequeños y sucios; las montañas serán de basura, de plástico, de envases, que ya arruinan el paisaje de todo el país. 7. Recursos marítimos y pesqueros. Se decía hace un momento que el mar es recurso "agua" muy peculiar. Su influencia en la historia humana ha sido tan inmensa como su propia extensión; utilizado ya como medio de transporte, incluyendo las guerras y las migraciones colonizadoras; ya para la captura de sus variadísimas formas de vida. En el primer aspecto, los salvadoreños lo hemos aprovechado poco. En el segundo, lo hemos aprovechado demasiado y mal. Por añadidura, lo sometemos al "stress" que le llega de tierra adentro, por medio de los ríos. Los esteros apenas conservan su vegetación y han perdido casi por completo sus moluscos y crustáceos. Las playas se inundan de basura. A este respecto merecerían consideración especial algunas que, sin exageraciones de ninguna especie, podrían estar entre las más bellas del mundo, como El Espino; pero, otra vez, en imperioso abreviar. III. OBJETOS DE LA VIDA HUMANA 1. Patrimonio Cultural San Salvador podría ser una ciudad bella, atractiva, cultural y turísticamente. Si pudiéramos detenernos en diversos de sus barrios y calles, se descubriría que podrían ser ejemplos de épocas históricas y culturales, sobre todo desde el punto de vista arquitectónico, que embellecerían la ciudad, despertarían la curiosidad y el interés de los visitantes, mientras serían legítimo orgullo de sus habitantes; pero hay barrios que en otros tiempos tuvieron una sosegada elegancia, como los alrededores del Parque Centenario y el entonces Campo de Marte, hoy concentraciones de cervecerías y locales de diversión de ínfima categoría, de vagos, delincuentes, prostitutas, entre los que poca gente normal, incapacitada de mudarse, trata de vivir con decoro y dignidad. Calles y zonas aledañas que fueron residenciales y distinguidas como la Avenida Roosevelt y la 25 Avenida Norte, hoy son áreas comerciales bulliciosas, desordenadas, donde bellas construcciones han sido deformadas por un cursillismo rampante y agresivo. Las que estuvieron entre las zonas más bellas de Centroamérica y las más hermosas de América Latina, han visto sus espléndidas mansiones derrumbadas para dar paso a construcciones comerciales. Éstas son símbolo de progreso y pujanza económica, los cuales sería importante conciliar con la preservación del patrimonio arquitectónico, tesoro invaluable para los países que lo poseen. Si en la protección de otros valores ambientales se ha progresado al menos hasta el punto de crearse conciencia, en la conservación del patrimonio cultural, en especial del patrimonio arquitectónico, está casi todo por hacerse. Existe una ley relativamente buena; pero las instituciones y la voluntad política necesaria para aplicarla, son muy débiles y difusas, pese a grandes logros, relativamente hablando, de los últimos años. 2. Calidad de la vida Cabría enumerar en este apartado una serie de valores ambientales que no necesitan explicación y otros que la necesitarían muy abundante. Es necesario omitirlos por el momento, debido a los reiterados problemas de tiempo y espacio. CONCLUSIONES Como se dijo al inicio, éste es un trabajo sistematizador. Un intento por determinar los campos de aplicación del Derecho Ambiental, nombre cuya aceptación no es pacífica. Algunos prefieren el de Derecho del Medio Ambiente, cuyo inconvenientes es el de ser innecesariamente largo. Igual defecto, en mayor grado, además de ser obsoleto, es Derecho de los Recursos Naturales y del Medio Ambiente. Inadecuado y cacofónico es también el de Derecho Ecológico. Por eso se ha preferido el mencionado. Según se aclaró igualmente al comienzo, una vez puesto a prueba este esquema clasificador, necesariamente imperfecto, se podrían analizar sus temas desde perspectivas más netamente jurídicas. En nuestro país, el medio ambiente continúa siendo un valor que no está protegido en forma adecuada por las leyes. La emisión de la "Ley del Medio Ambiente", en marzo de 1998, se vio acompañada de un despliegue de propaganda política y de los sectores interesados, anunciando que solucionaría, como una fórmula mágica los problemas ambientales de El Salvador. Las pocas voces que advirtieron los errores contenidos en el texto, desde el punto de vista jurídico, fueron opacadas, acusándoselas de oponerse a la recuperación ambiental del país y venderse a la "gran empresa", supuestamente empeñada en lucrar inmisericordemente a costa de la salud y el bienestar de los salvadoreños. El tiempo les ha dado la razón; a la fecha, la ley no ha producido el más mínimo resultado concreto en la mejora o protección del ambiente, sino que más bien ha dificultado avances económicos. La ley es una declaración de principios excelentes para la protección ambiental, pero los principios en sí mismos no son normas jurídicas en nuestro sistema, sino simples declaraciones que no tienen ningún valor si no se establecen prescripciones de conductas para hacerlas cumplir. Dichas prescripciones son precisamente las que faltan en el texto legal. Se ha tratado de suplir sus vacíos con disposiciones reglamentarias, lo que no evidencia más que la impreparación técnica de los autores de dichas normativas; los reglamentos que exceden las disposiciones de la ley, son inconstitucionales. La emisión de la "Ley del Medio Ambiente" obedeció, más que a una voluntad de proteger los valores ambientales, al deseo de responder a una exigencia internacional relativa a contar con una ley de la materia. En consecuencia, la Asamblea Legislativa emitió un texto con una denominación requerida, pero que apenas si puede denominarse ley. No sólo la mayoría de sus disposiciones carecen de contenido jurídico, sino que se yuxtaponen a las leyes existentes creando una grave confusión; lo evidencia el hecho de que, a pesar de la emisión de la ley, las principales reservas de recursos naturales renovables, como los recursos marinos, los manglares y las áreas declaradas de reserva, continúen bajo la jurisdicción del Ministerio de Agricultura y Ganadería y no bajo la del Ministerio del Medio Ambiente. La ley es inoficiosa y debe ser cambiada, pero el cambio debe hacerse de forma técnica y sistemática, previo un estudio de la numerosa legislación existente sobre las distintas materias, derogando expresamente las disposiciones innecesarias o que deban ser modificadas por la nueva ley, llenando sus vacíos y armonizando en un solo texto o en un conjunto de leyes especiales las normas que sean necesarias para la protección de los distintos valores ambientales, de manera que formen un todo claro, comprensible por todos y sin contradicciones sobre la protección ambiental. |